Enseñar y aprender aragonés, cuidar de nuestro patrimonio

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“En o mío caso, estar mayestro d’aragonés yera un auto d’autivismo, de rebeldía, de querer cambiar as cosas. Yera a unica traza d’estar mayestro d’aragonés en ixos primers intes”.

Estas, son algunas de las palabras que me regalaba tiempo atrás uno de los maestros que dieron entrada al aragonés en la etapa de Educación Primaria en el curso 1997/1998. Hace ya 23 años que se introdujo por primera vez la enseñanza de este idioma en las aulas de cuatro escuelas oscenses. Y según los datos del informe de 2019 del Consejo Escolar de Aragón, en nuestros días, el aragonés ya forma parte del proyecto educativo de 25 centros escolares que se extienden en un total de 48 localidades de la provincia de Huesca, situadas desde territorios donde sigue siendo el vehículo cotidiano de comunicación entre una parte de la población –como el Valle de Benasque–, hasta otros donde pervive en un cierto grado de latencia–como es el caso de Almudévar–.

En los últimos dos meses hemos aplaudido con fervor a unos héroes sanitarios que han luchado sin descanso para cuidar de nuestra salud. También hemos salido a nuestras ventanas a dedicar cariñosas ovaciones a los profesionales de otros sectores que hemos descubierto esenciales para nuestra supervivencia, desde los agricultores hasta los trabajadores de las cadenas de alimentación.

Dentro del panorama de reflexión que nos ha brindado esta situación de encierro forzoso, algunos hemos recordado también la labor de los docentes. Y dentro del cuerpo de maestros, en Aragón hay algunos que, sin lugar a dudas, se caracterizan por su heroico quehacer. Se trata de las y los docentes que dedican su labor a la enseñanza de las lenguas propias de Aragón. Un conjunto de profesionales que, en muchas ocasiones en situación de desventaja en términos de estatus respecto al resto de áreas curriculares, cuidan de la salud de una parte irremplazable de nuestro patrimonio cultural que, por su naturaleza intangible, pasa a menudo desapercibida ante los ojos de la sociedad.

Ser maestro de aragonés no es precisamente sencillo. Ser el especialista de este idioma en un centro educativo supone altas dosis de creatividad y un necesario espíritu innovador, porque el alumnado que aprende esta lengua se ve obligado a hacerlo, en muchas ocasiones, de forma optativa y en un espacio horario en el que el resto de sus compañeros descansa o juega en el patio. Pero, sin embargo, allí están los 1.200 niños, niñas y adolescentes, también héroes, que acuden fielmente a su encuentro con este legado cultural del que se saben custodios.

No cabe duda de que el camino recientemente iniciado hacia la normalización de la enseñanza del aragonés, con su inclusión como área en el currículo de Educación Primaria, Secundaria y Bachillerato en 2015 y con la incorporación de la mención en Lengua Aragonesa dentro de los estudios de Magisterio en el Campus de Huesca en el próximo curso 2020/2021, redundará en la mejora de una trayectoria iniciada hace ya casi un cuarto de siglo y que camina con solidez hacia la mejora.

Vista esta trayectoria, es de justicia reconocer a los docentes, alumnado y familias que apuestan cada curso por la enseñanza y el aprendizaje del aragonés y, con ello, por la custodia de nuestro patrimonio lingüístico, así como ofrecer a la sociedad aragonesa tres mensajes que hice míos tras escucharlos en boca del profesor Jon Sarasua en el II Encuentro internacional de jóvenes hablantes de lenguas minorizadas-Higa! Un mensaje de alarma que nos haga conscientes de la gravedad del proceso de pérdida en el que se encuentra nuestra lengua propia, un mensaje de esperanza ya que la trayectoria de otras lenguas minoritarias nos ha demostrado que su salvaguarda es posible siempre que esta sea la voluntad de la sociedad de la que son herencia, y un mensaje de responsabilidad que como aragoneses debemos desarrollar en la protección de un legado que supone el corazón, la máxima expresión, de nuestra cultura originaria.

Iris Orosia Campos Bandrés